Recién vi la playa colgada en la soga. Un paño típico de los 90 de palmeras verdes sobre arena amarilla desteñida y un trazo recto que acaso quiere ser el mar, y de tan desgastado apenas se ve. La toalla, estoy segura, es de la señora de planta baja. Una mujer con cara de desconcierto permanente. Los días calurosos sube en ascensor con su balde de ropa recién lavada en una mano, la reposera en la otra, y en el hombro un bolsito playero. Cuelga la ropa, se sienta a esperar que se seque. Saca el mate, come bizcochitos y queda mirando hacia la calle. Al igual que su toalla, trae la playa, la playa que nos queda, en nuestra terraza.