Siempre me gustó mirar el cielo. Me produce una sensación de libertad y de paz infinita, idéntica a cuando miro el mar en un día despejado. Creo que ambos --el cielo y el mar-- se asemejan. Por eso es que todos los días subo a la terraza para comenzar el ritual: disfrutar del silencio y observar la lontananza. Elijo este rincón donde los únicos límites para mirar parecen ser los del horizonte.