¿Qué hace ahí, intruseando? Despalada, sosa, sin más gracia que esas hojitas abiertas cogoteándoles a la cola de zorro. Al pie del ciruelo que alguien me regaló y entonces planté como acto de fe, a cada árbol su nombre, y ahora que nos volvimos pesados, enraizados al tedio, puro andar leñoso entre los cuartos, mascando el desconcierto de este hechizo, ya no sabemos distinguir.
Maleza, hierbajo, pasto duro de crenchas rebeldes. Planta que crece torva y no me animo a arrancar por miedo, me digo, a que entre todo lo que rompimos, podamos arruinar la flor inesperada y silvestre -aferrada a qué tierra, a qué cielo- que busca estirar las ramas en dirección a la luz.