El rincón de la parrilla huele a humo, restos de cumbia y cachengue de la última noche. Tendría que guardar las reposeras, comprar una escoba. Los pinceles y pinturas sobre la mesa quedan ahí hasta que termine el macetero de mamá. Todavía no junté las cenizas ni la botella de cerveza. Mirando el cuadro, es un desorden que complementa su alma relajada.
Le acabo de prometer mucho color para los contenedores de la huerta, esperar al invierno mejor presdispuestas. Nika y Pola siestean en el rincon junto a la ventana de mi cuarto, y detrás de las flores marchitas, mi terraza muestra con orgullo los limones aún verdes de las ramas que se ven desde la calle. Es su lado sonriente. Porque mi terraza casi siempre sonríe.
Como yo.